SIGNIFICADOS SIMBÓLICOS DE LAS CRUCES RÚSTICAS (WEGKREUZE) EN EL TRENTINO ALTO ADIGE-SUEDTIROL.
La presencia de las cruces rústicas (Wegkreuze) en el Trentino Alto Adige-Suedtirol no pasa desapercibida y es parte integrante del paisaje sagrado que nos lleva a la historia de las personas que vivieron y viven en esta región. Hay que decir que el culto se extiende a toda la región alpina, así que también a las naciones que la componen, aunque con modalidades estilísticas que varían de una región a otra.
El ritual de izar cruces en diferentes lugares del paisaje rural tiene raíces muy profundas, que se pueden atribuir a las culturas paganas precristianas.
Fuera del Trentino también se pueden ver artefactos sagrados puestos como centinela en zonas sensibles (bifurcaciones, alturas, fronteras), sobretodo en culturas distantes de las nuestras: en ciertas zonas de África occidental, por ejemplo, hay muchos fetiches vudú llamados “Legba” que se ponen para proteger a los adeptos que pasan por aquellos caminos.
En realidad, los “puntos delicados” del camino como las bifurcaciones (carrefours), las crestas de las montañas o las vertientes desempeñan un papel simbólico transcultural muy importante y manifiestan la atención de la persona que tiene que elegir entre dos vías, entre dos caminos, quizás mostrando una leve angustia al estar frente a una decisión.
¿Pero cuál es el significado de las cruces rústicas?
La simbología de la cruz retoma con énfasis una forma en sí sagrada, llena de valores profundos, importantes y evocadores. Se puede decir que la cruz, entendida como un signo horizontal que se cruza con otro vertical, es en si mágica y fuente de energía propia. Muchos pueblos más o menos antiguos hicieron suyo el símbolo de la cruz de muchas formas, como una indicación de la unión entre el Cielo y la Tierra, entre el elemento masculino y femenino (indicando así la fuerza de la unión sexual que genera vida nueva).
La cruz de muchas “formas”:
Puesta dentro de un círculo evoca fuerzas creativas terapéuticas y se utilizaba mucho, por ejemplo, entre los curanderos en diferentes culturas uto-aztecas de los indígenas americanos. Los Tarahumara (Chihuahua, México) combinan la cruz con el maíz, elemento sagrado que indicaba a Tlaloc, dios de la cosecha. En el marco indoeuropeo encontramos la cruz gamada (Hackenkreuz), que indicaba la rueda solar que recorría el cielo de este a oeste en su carrera portadora de calor y de vida.
“NUESTRAS” CRUCES
Las cruces que encontramos en las praderas, por las carreteras, a las cumbres de nuestras montañas demuestran varios ímpetus espirituales que podemos indicar en tres tipos diferentes:
Cruces epigráficas
En tiempos remotos, desde la Alta Edad Media, estas simples cruces de madera o de piedra sin Jesucristo colgando indicaban lugares en los que habían ocurrido hechos de “crónica negra” (así diríamos hoy en día). Se erigían en lugares en los que habían ocurrido accidentes mortales, homicidios y podían servir como medida sustitutiva o adicional a las penas que los antiguos juzgados imponían. Por lo general, llevaban un epígrafe que aclaraba lo motivos de su presencia, tal vez invitando a los viandantes a que hicieran una oración para las almas de los difuntos por muerte violenta o repentina.
Cruces de frontera
Generalmente eran de piedra y marcaban los límites entre una jurisdicción y otra, entre un término municipal y otro o entre grandes terrenos privados.
Cruces apotropaicas
En la Edad Media el paisaje estaba culturalmente dividido entre “sagrado” y “profano”. El paisaje sagrado era atribuible a las iglesias, a sus plazas, a las aldeas, a las ciudades bajo la protección del Santo patrón, a los cementerios y, en general, a todos esos lugares de convivencia humana.
Por otro lado, todo lo que era naturaleza salvaje, para utilizar una palabra moderna, se consideraba lugar lleno de espíritus malignos, lugares de brujas, hechiceros y animales relacionados con espíritus mitológicos. Aquí encontramos las cruces en defensa y protección de las praderas y de las granjas, que se izaban a las cumbres de los montes, en medio de los cementerios.
Esta costumbre fue importada por los cruzados desde las primeras guerras por la liberación del Santo Sepulcro y en principio tenían la forma compleja de la Cruz de Jerusalén. Hoy en día se pueden seguir viendo en algunas praderas, sobretodo junto a las granjas del Alto Adige/Suedtirol, algunas Cruces de Jerusalén en su forma original. Estas cruces también se ponían para evitar incendios, relámpagos y avalanchas. De este modo se exorcizaba la fuerza bruta de la Naturaleza con la confianza, que junto a la tenacidad mantenía en pie la existencia de los granjeros de montaña.
Cruces de “carrefour”
Estas son las cruces puestas en las bifurcaciones de las carreteras. Indican una pausa para reflexionar delante de las decisiones de la vida, una toma de conciencia de la existencia como un camino incierto o tal vez peligroso, un peregrinaje de la Tierra al Cielo. Piden fuerza contra la desconfianza o el cansancio, una luz en los momentos de sufrimiento, un sentido en el peregrinaje de la vida.
Sobretodo en los siglos XIX y XX, los Jesucristos de las carreteras se hacían en la madera: las cruces de alerce y el crucifijo a menudo de pino cembro. Algunas veces los Jesucristos se decoraban con cal, las llagas bermejas y el pelo negro como el hollín. Siempre en el siglo XIX, muchas cruces se cerraban posteriormente con un entablado romboidal (para protegerlas de los agentes climáticos) en el que se insertaban símbolos sagrados como el Sagrado Corazón, el cáliz y también símbolos de la Pasión: la lanza, los clavos, el martillo, la Sagrada Esponja.
Además, me gusta rememorar las palabras de Aldo Gorfer, que con su maestría y sensibilidad había delineado los trazos de los Jesucristos en los pliegues de nuestros paisajes.
“Estos Jesucristos aldeanos son los testigos de un grupo existencial que es la síntesis de las generaciones y del paisaje en el que las generaciones se han movido.
Los Jesucristos crucificados en la colina de Trento tienen rostros rubicundos de fraile y cuerpos macizos de campesino. Más austeros, contemplativos y partícipes del silencio de la naturaleza son los Jesucristos de Fiemme, Fassa, Primiero. Delgados son los Jesucristos de la Anaunia, macizos los de las Giudicarie. Los elevaban a los cruces como advertencia de la rotación del tiempo”.
(Aldo Gorfer, Terra mia, Saturnia, Trento 1980)